Flaviano Mahecha llegó al Guaviare en la noche del 16 de junio de 1994. Estaba decidido a hacer lo mismo que realizaban todos los colonos que por esos años llegaban al sur del país: raspar las hojas verdes y lisas de las matas de coca que iban sembrando sobre los cadáveres de árboles del bosque amazónico. Se alió con un cuñado para comprar los materiales para hacer la raspa: semillas, cemento, gasolina y cal. Un día antes de empezar a raspar pasaron siete avionetas del Ejército y fumigaron todo. (Lea también: Las indígenas que llevaron el camu camu a Wok y Crepes & Wafles)
Mahecha quedó debiendo $13 millones. “Quedé endeudado hasta con la semilla. Eso me dio la pauta para buscar otra fuente de ingreso, porque quedé muy aburrido. Empecé a hablar con los campesinos, a decirles que si mirábamos más allá de las narices íbamos a ver que la coca sólo nos traía problemas”, cuenta. No era fácil: mientras un raspachín podía ganarse entre $70.000 y $100.000 al día, un día de jornal cuidando ganado o cultivando otras plantas dejaba apenas $15.000.
Durante años, con las avionetas volándole sobre la cabeza y los armados disputándose el control de sus tierras, Mahecha recorrió el departamento buscando apoyo. En 1997 convenció a 412 familias de 39 veredas del Guaviare de unírsele. En 2001 se legalizaron como Asoprocegua: Asociación de Productores Agropecuarios por el Cambio Económico en Guaviare. Ese mismo año, Flaviano Mahecha tuvo que recoger el cadáver descuartizado del cuñado que lo había arrastrado hasta el Amazonas con la promesa de la coca...