El Bajo Caguán, conformado por 40 veredas y bañado por 320 kilómetros del río de ese nombre, huele a boñiga. Los hatos ganaderos, que albergan más de 230.000 vacas, le dan mordiscos a la selva y dejan sin refugio a tortugas charapa y micos churuco.
Ese sacrificio del bosque llevó al proyecto Corazón de la Amazonia a escoger al Caguán como uno de los nichos del programa Conservación de Bosques y Sostenibilidad. Busca que los campesinos aprendan nuevas prácticas para producir y, al mismo tiempo, conservar.
Esta estrategia, liderada por el Instituto Sinchi desde 2015 y financiada por el Fondo para el Medio Ambiente Mundial (GEF), se sustenta en la firma de acuerdos de conservación con los campesinos. Significa que no intervengan ciertas áreas de bosque a cambio de estímulos no monetarios para que la ganadería de la que viven impacte lo menos posible la selva y para que siembren árboles maderables.